“Es cierto que es un juego común en los adolescentes, a veces en grupo y otros solos. Ellos apuestan que no va a pasar nada, juegan con la muerte. Lo mismo pasa con el alcohol, toman y toman y después terminan en coma alcohólico”.
“El tema es que a los papás se les escapa de las manos. Decir que se necesita más diálogo no es suficiente. Creo que hay que apostar a la observación: estar con ellos, acompañarlos en sus actividades, caerles de sorpresa”.